Un viaje a la mente de los latinos sin papeles

Karla Cornejo Villavicencio está preocupada por el dinero. Se piensa muy mucho cuánta propina deja en los restaurantes, contesta que no le presta ni a su sombra cuando algún conocido pide ayuda, amenazó con retirarle la palabra a su hermano pequeño si éste terminaba currando en un Best Buy en lugar de entrar en la universidad y al ser preguntada por la periodista Camila Osorio, de El País, por la repercusión que ha tenido The Undocumented Americans, uno de los libros más celebrados por la crítica estadounidense en lo que llevamos de pandemia, Cornejo Villavicencio respondió que pese al aplauso no había conseguido demasiado dinero con él.

Contado así, en frío, da un poco de grima; a uno le entran ganas de sentarse con Cornejo Villavicencio y explicar que no es oro todo lo que reluce y que hay cosas más allá del grosor de la billetera. Pero si a alguien se le ocurre hacer eso a nuestra protagonista, una treintañera ecuatoriana afincada en Nueva York desde los cinco años, le arderán los ojos. Entonces pueden suceder dos cosas. Que te mande a la mierda o que te hable de su padre (y luego te mande a la mierda).

El señor Cornejo aterrizó en Nueva York en 1990 y dedicó algo más de una década a conducir un taxi por East New York cuando East New York todavía era territorio comanche. Un buen día, sin embargo, la legislación estatal dictó que las personas sin papeles no podían tener carnet de conducir. El señor Cornejo tuvo entonces que reconvertirse en repartidor de desayunos en el distrito financiero de Manhattan; un trabajo que realizó durante 15 años. Le despidieron recientemente y ahora acude diariamente a una agencia de empleo en la que no hacen demasiadas preguntas para ver si puede fregar los platos en algún changarro. Pero, claro, ya tiene una edad. Está cascado. No es la opción preferida de los empleadores y cuando alguien le da una oportunidad, como en aquel restaurante al que llegó gracias a la recomendación de un amigo, comprueba que el horario y su condición física resultan incompatibles.

Así que la preocupación de Karla Cornejo Villavicencio con todo esto del dinero tiene más que ver con sus mayores –la madre es ama de casa– que con su propio horizonte. Por eso acabó a gritos con su hermano durante aquella llamada y amenazó con retirarle la palabra si sacrificaba la universidad por un curro en el Best Buy. Porque la universidad, aunque ofrece unas garantías cada vez más relativas, suele abrir puertas profesionales mejor remuneradas. Y quién sino nosotros va a cuidar de papá y mamá cuando su vejez empiece a generar facturas médicas y se encuentren sin cobertura alguna, pendejo.


Aunque The Undocumented Americans no es un trabajo estrictamente periodístico, sí encierra una labor de investigación que ha llevado a Cornejo Villavicencio a viajar por Estados Unidos entrevistando a inmigrantes latinos sin papeles.

En sus páginas aparecen los obreros de varias cooperativas establecidas en Staten Island, el distrito olvidado de Nueva York y el único que se ha decantado por Donald Trump en ambas elecciones presidenciales. Unos obreros a los que tangan cada dos por tres. También aparecen personas que ayudaron a despejar la Zona Cero tras el atentado que tumbó las Torres Gemelas y que dos décadas después conviven con las secuelas de aquello (cáncer, asma, estrés postraumático) como buenamente pueden porque al no tener papeles tampoco tienen según qué derechos. Aparecen, a su vez, latinas de la zona de Miami que cansadas de ver cómo los hospitales de Florida dan la espalda a sus dolencias acuden a la llamada medicina tradicional y derivados más siniestros como el vudú haitiano o la santería cubana. Y aparecen los habitantes latinos de Flint, una localidad de Michigan que no deja de encadenar disgustos; tras el abandono de la General Motors y la oleada de parados llegó el agua envenenada fruto de un sistema de cañerías obsoleto. Quien tuvo la oportunidad de marcharse se marchó, pero la mayoría de sinpapeles tuvo que quedarse y seguir bebiendo aquella mierda.

Más dramas: el del padre de familia mexicano deportado tropecientos años después de su llegada y los llantos de su hijo pequeño, quien ahora no puede conciliar bien el sueño y tiene pesadillas cada dos por tres; el del padre de familia ecuatoriano que pidió asilo en una iglesia de Connecticut para que no le sucediese lo mismo que al mexicano y tuvo que vivir en un cuartucho durante meses; y el de aquel borracho ¿guatemalteco? al que Cornejo Villavicencio no pone nombre porque al fulano le da vergüenza ver en lo que se ha convertido. Etcétera.

El objetivo de The Undocumented Americans, y es un objetivo que consigue con creces, es abrir una ventana a la existencia de aquellos americanos nacidos en el lado incorrecto del Río Grande. Unos americanos que llevan décadas persiguiendo el sueño americano, valga la redundancia, sin conseguirlo… y que por no conseguir no han conseguido ni la acreditación pertinente.


Pero más allá de las penurias materiales, que esas nos las podemos imaginar, a Cornejo Villavicencio también le interesa explorar la tasa mental que tiene que asumir quien quiera echar raíces en la primera potencia del mundo sin los documentos adecuados. Y lo que descubrió la escritora durante su periplo es que esa tasa mental se divide en dos grupos: el de los indocumentados y el de los hijos de los indocumentados (éstos llegan al mundo con los ansiados papeles bajo el brazo siempre y cuando nazcan en suelo estadounidense).

En el primer grupo lo habitual es encontrarse de bruces con la depresión; una depresión que a veces desemboca en alcoholismo y drogadicción. Esa depresión bebe de la incertidumbre con la que un indocumentado se despierta cada mañana (¿habrá una redada en el 7-Eleven donde compro el café mañanero?, ¿me parará un control de tráfico?, ¿llamará mi nuevo vecino a la policía?) y a veces, si ese sinpapeles ha dejado familia atrás, también bebe de la soledad que le va desgarrando con el paso del tiempo.

En el segundo grupo imperan los trastornos alimenticios, el insomnio y las úlceras. Esto no lo dice Cornejo Villavicencio; lo dice un investigador de Harvard llamado Roberto Gonzales que ha estudiado el fenómeno. La autora de The Undocumented Americans se limita a confirmar que, efectivamente, eso es así. Los hijos de indocumentados sufren lo indecible por la suerte de sus mayores.

En verdad existe otro grupo más, y es, quizás, el más jodido de todos: el grupo de los hijos de indocumentados que son, a su vez, indocumentados. Es el caso de la propia Cornejo Villavicencio, que como nació en Ecuador nunca ha tenido papeles. ¿Su diagnóstico? «Trastorno límite de la personalidad, depresión crónica, ansiedad y trastorno obsesivo-compulsivo», según cuenta en el tercer capítulo del libro. Toda una vida coqueteando con el suicidio, vaya.


The Undocumented Americans no es un trabajo estrictamente periodístico porque, entrevistas y trabajo de investigación al margen, buena parte del manuscrito se parece más a un diario o, si se prefiere, a una especie de memorias. La autora entremezcla las miserias de la gente a la que se va encontrando con las de su propia familia, e incrusta sus propias frustraciones entre las frustraciones del resto de indocumentados. En consecuencia, su voz es la de una persona profundamente cabreada. Y está bien así. El tema invita a ello

Pero eso tiene, no obstante, sus desventajas. La principal es que, al escribir con las vísceras, Cornejo Villavicencio abraza con alegría la coletilla del «estado supremacista blanco». Según ella, «el estado supremacista blanco», o sea Estados Unidos, es quien ha machacado a su padre desde 1990. En línea con semejante creencia, la creencia de que la raza es el origen de toda desigualdad y toda asimetría social, las referencias a la «gente blanca» aparecen cargadas de rencor. Es más: la «gente blanca» se presenta como sinónimo de «clase privilegiada». En esos momentos, y aunque la autora rechace la etiqueta de «periodista» y todas las líneas rojas asociadas a ella, se echa en falta algo de perspectiva. Se echa de menos, en fin, una lectura –aunque sea en diagonal– de los últimos trabajos de Nancy Isenberg.

Otra carencia relacionada con las vísceras, la ausencia de perspectiva y etcétera tiene que ver con su propia trayectoria. Cornejo Villavicencio se resiste a creer en el sueño americano pero si está usted leyendo estas líneas es porque yo he podido leer las suyas, y si he podido leer las suyas ha sido, además de por el talento que desprende como escritora, gracias a un currículum vitae en el que figuran dos de las mejores universidades del mundo: Harvard (donde estudió la carrera) y Yale (donde está realizando el doctorado).

Conviene no caer en el error de pensar que como Cornejo Villavicencio, una sinpapeles hija de dos sinpapeles, ha estudiado en Harvard el sueño americano es una realidad incontestable. Hombre, no. En Estados Unidos hay millones de personas viviendo en el barro y muchas de ellas son inmigrantes indocumentados. En ese aspecto, el libro arroja luz donde tiene que arrojarla. Pero a veces, entre escupitajo y escupitajo, uno no puede evitar preguntarse si parte del enfado que legítimamente transmite The Undocumented Americans no reside en eso que llaman el síndrome del superviviente.

(Esta reseña fue originalmente publicada en The Objective el 30 de marzo del 2021.)

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