Crónica de una pandemia anunciada

Las cifras (600.000 muertos y 33 millones de infectados) invitan a pensar lo contrario, pero lo cierto es que Estados Unidos tenía un plan para luchar contra la pandemia. Un plan cuya génesis se remonta hasta el verano del 2005, cuando George W. Bush, un presidente con fama de idiota entre sus compatriotas, decidió leerse un libro durante sus vacaciones.

Aquel libro era The Great Influenza: The Story of the Deadliest Pandemic in History (hace unos meses fue traducido al castellano con el título de La gran gripe. La pandemia más mortal de la historia) y versaba sobre la mal llamada «gripe española» de 1918. A Bush le impactó muchísimo saber que en tiempos de su abuelo un virus había liquidado a unos 50 millones de personas en apenas año y medio. También hay que recordar, para entender lo que sigue, que cuando leyó el libro Bush ya había tenido que lidiar con el atentado más grave jamás sufrido por Estados Unidos (11 S) y con el desastre natural más mortífero registrado en un siglo (el huracán Katrina). Era un tipo, en fin, al que habían robado el optimismo.

Total: que al regresar de sus vacaciones organizó una reunión en el Despacho Oval con la intención de saber cuál era la estrategia de la primera potencia del mundo en caso de amenaza vírica. «No tenemos ninguna», respondieron los expertos allí congregados, «pero sí tenemos este documento elaborado por el Departamento de Salud que da instrucciones sobre cómo acelerar la producción de vacunas en caso de crisis sanitaria». Respuesta incorrecta. «Eso es una mierda», dijo Bush. «Es un plan estrictamente sanitario y lo que necesitamos es una estrategia general que nos diga qué hacer con los transportes, las fronteras, el comercio; ese tipo de cosas». De modo que Fran Townsend, su asesora en materia de Seguridad Nacional, se vio obligada a prometer que tendría un plan listo en dos semanas.

El marrón recayó sobre un chaval joven, también presente en la reunión, llamado Rajeev Venkayya. La razón por la que Venkayya se encontraba allí era una línea en su currículum vitae que demostraba preparación médica. Sin embargo, el interés de Venkayya por la medicina siempre había sido relativo; hizo la carrera para contentar a su padre y sin albergar la más mínima intención de calzarse una bata blanca una vez superado el trance. Eso fue lo que le llevó, terminados los estudios, a buscarse la vida en el mundo de la administración. Y así, tras disfrutar de una beca de investigación en la Casa Blanca, aterrizó en una misteriosa unidad del Departamento de Seguridad Nacional llamada «Directorio de Biodefensa». Era el lugar encargado de prevenir un ataque terrorista de naturaleza bioquímica.

Venkayya, que entonces tenía 38 años, salió de aquel encuentro en el Despacho Oval con la misión de regresar dos semanas después, a finales de octubre del 2005, con un plan anti-pandemias. Dedicó los primeros siete días a recabar ideas y la segunda semana a tratar de ordenarlas en su cabeza. Finalmente, se marchó a casa de sus padres, en un pueblecito perdido en la inmensidad de Ohio, a redactar las doce páginas que terminó plantando en la mesa del presidente. «Escribí aquello el viernes por la noche», confesó tiempo después. «Tardé unas seis horas».

Aquel 1 de noviembre George W. Bush dio un discurso en la sede de los Institutos Nacionales de Salud, una agencia federal incrustada en el Departamento de Salud, anunciando la nueva estrategia. Ésta consistía en tres partes. La primera se centraba en detectar brotes pandémicos en el extranjero y evitar su expansión. La segunda, un apartado estrictamente burocrático, se refería a la gestión de vacunas y antivirales en caso de emergencia. Y la tercera hacía alusión a qué hacer si la pandemia alcanzaba Estados Unidos.

Bush no profundizó en ninguno de los aspectos porque lo que había escrito Venkayya tampoco profundizaba en nada. Pero es que, como diría su autor más tarde, lo suyo no era tanto un plan como la hoja de ruta para elaborar, ya sí, un plan en condiciones. Con todo, once días más tarde las doce páginas sirvieron para que el Congreso aprobara una partida de 7.100 millones de dólares destinada a desarrollar todo aquello y poner el país a punto.


Rajeev Venkayya es una de las personas que aparecen en el último libro de Michael Lewis: The Premonition. A Pandemic Story. A través de sus páginas el lector también conoce a Charity Dean, una oficial de salud del condado de Santa Bárbara, en California, a los médicos Richard Hatchett y Carter Mecher, dos de los cerebros detrás del plan anti-pandemias desarrollado por el gabinete de Bush, y a Joe DeRisi, un bioquímico particularmente lúcido.

Más allá de una trayectoria parecida en torno a la vida de laboratorio, ¿qué tienen todos ellos en común? Ni más ni menos que haber sido capaces de ver venir el desastre mucho antes de que la ciudad de Wuhan tuviese que anunciar, muy a su pesar, que había un virus desconocido causando estragos en la calle. ¿Cómo lo vieron venir? Comprobando, mediante experiencias personales que afortunadamente se quedaron en anécdotas, hasta qué punto el gobierno federal podía resultar un impedimento a la hora de actuar con rapidez y decisión.

Una de esas experiencias personales tuvo lugar, precisamente, en el campus universitario de la Universidad de Santa Bárbara. Fue a finales del 2013. Dean, la oficial de salud del condado, recibió una llamada alertando de un estudiante en estado grave tras contraer lo que parecía meningitis B. O sea: una bomba de relojería en un lugar como aquel. Lewis cuenta cómo Dean contactó con los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (los famosos CDC) para recibir instrucciones y cómo las instrucciones consistieron en decir que necesitaban más datos, más información, más contexto en definitiva, antes de tomar ninguna decisión.

«El 90% de la batalla contra una pandemia tiene lugar durante los primeros días», cuenta Dean. «Pero, claro, al principio todo está tranquilo y tú tienes que tomar decisiones importantes en medio de esa tranquilidad, lo cual te convierte en alguien fuera de sus cabales». El problema, dice Lewis, es precisamente ese: la presión ambiental. Cuando todo se ha ido al garete, cualquier decisión parece quedarse pequeña. La ciudadanía exige contundencia y celeridad. Pero para evitar que todo se vaya al garete hay que conducirse con la misma contundencia y la misma celeridad antes de que la ciudadanía vea el peligro. Y, en consecuencia, a la ciudadanía tu comportamiento le va a parecer excesivo. ¿Y qué ocurre cuando a la ciudadanía le parece que se te ha ido la fresa? Pues que puedes perder tu trabajo.

«El motivo por el que los CDC se comportaron de esa manera es sencillo de entender: miedo», prosigue Lewis. «No querían tomar ninguna decisión que luego se les pudiera reprochar». Pero si hoy no hay ninguna entrada en la Wikipedia hablando del terrible brote de meningitis que asoló la Universidad de Santa Bárbara en diciembre del 2013 es porque Charity Dean decidió amputarle las piernas al chaval infectado y, en paralelo, rebajar la densidad del campus trasladando a muchos estudiantes a hoteles cercanos. También cerró zonas comunes y administró una vacuna aprobada en Europa pero no en Estados Unidos. Hizo todo eso en contra del criterio de los CDC, o sea del gobierno federal, y por suerte para ella, y para todos, acertó. Pero… ¿y si no hubiera sido meningitis? ¿Y si hubiese sido otra cosa mucho más banal?

El mensaje que lanza el libro de Lewis es que ese «y si» es un lujo que ante una posible pandemia nadie se puede permitir. O, como dice el refranero castellano, «piensa mal y acertarás». Y si no aciertas los costes siempre serán relativos en comparación con lo que hubiese supuesto no hacer nada ante un verdadero peligro.


Una semana después de publicarse, hace ahora un mes, Universal Pictures compró los derechos de The Premonition para convertir sus páginas en una película. La noticia no sorprendió a nadie. Primero, porque los libros de Lewis suelen terminar adaptados a la pantalla y, en segundo lugar, porque el planteamiento del último recuerda mucho a The Big ShortLa gran apuesta en castellano, que muestra al puñado de inversores que se adelantaron a la crisis financiera del 2008. Una película, ésta, nominada a decenas de premios, que fue aplaudida por la crítica y que dejó buenos dineros en el bolsillo de la productora. Y es que, en el fondo, The Premonition va de lo mismo: un grupo de outsiders que detecta los fallos del sistema y advierte de ellos sin que nadie haga ni caso hasta que… ¡boom!

Pero no todo han sido éxitos y aplausos. Lewis también ha recibido unas cuantas críticas en lugares como The Washington Post, donde se le ha acusado de simplificar las cosas y de cargar demasiado las tintas contra los funcionarios del gobierno federal sin dar su versión –la del funcionariado– de los hechos. Esto, que no es mentira, esconde no obstante una crítica más profunda que tiene que ver con Donald Trump. Porque si, como asegura Lewis, la pandemia se ha cebado con Estados Unidos debido, sobre todo, a un aparato burocrático que demostró no estar a la altura ya durante el mandato de Barack Obama… la culpa del Donald en todo el desaguisado sería relativa. Y esto, claro, hay gente que no está dispuesta a comprarlo.

(Esta reseña fue originalmente publicada en The Objective el 31 de mayo del 2021.)

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